lunes, 28 de septiembre de 2015
Esperando a Godot de Samuel Beckett
POZZO: ¡Aléjense! (Estragon y Vladimir se alejan de Lucky.
Pozzo tira de la cuerda. Lucky le mira) ¡Piensa, cerdo!
(Pausa. Lucky empieza a bailar) ¡Para! (Lucky se detiene)
¡Acércate! (Lucky se dirige a Pozzo) ¡Ahí! (Lucky se
detiene) ¡Piensa! (Pausa)
LUCKY: Además, respecto a...
POZZO: ¡Calla! (Lucky se calla) ¡Atrás! (Lucky retrocede)
¡Ahí! (Lucky se detiene) ¡Pssset! (Lucky se vuelve hacia el
público) ¡Piensa!
LUCKY (declama con monotonía): Dada la existencia tal como
demuestran los recientes trabajos públicos de Poinçon y
Wattmann de un Dios personal cuacuacuacuacuacua de
barba blanca cuacua fuera del tiempo del espacio que
desde lo alto de su divina apatía su divina atambía su
divina afasía nos ama mucho con algunas excepciones...
(Intensa atención de Estragon y Vladimir. Abatimiento y asco
de Pozzo)
...no se sabe por qué pero eso llegará y sufre tanto como
la divina Miranda con aquellos que son no se sabe por qué
pero se tiene tiempo en el tormento en los fuegos cuyos
fuegos las llamas a poco que duren todavía un poco y
quien puede dudar incendiarán al fin las vigas a saber
llevarán el infierno a las nubes tan azules por momentos
aún hoy y tranquilas tan tranquilas con una tranquilidad
que no por ser intermitente es menos bienvenida pero no
anticipemos y considerando por otra parte que como
consecuencia de las investigaciones inacabadas no
anticipemos las búsquedas inacabadas pero sin embargo
coronadas por la Acacacacademia de
Antropopopopometría de Berna en Bresse de Testu y
Conard se ha establecido sin otra posibilidad de error que
la referente a los cálculos humanos que como
consecuencia de las investigaciones inacabadas
inacabadas de Testu y Conard ha quedado establecido
tablecido tablecido lo que...
(Primero murmullos de Estragon y Vladimir. Aumentan los
sufrimientos de Pozzo)
... sigue que sigue que sigue a saber pero no anticipemos
no se sabe por qué como consecuencia de los trabajos de
Poinçon y Wattmann resulta tan claro tan claro que en
vista de los trabajos de Fartov y Belcher inacabados
inacabados no se sabe por qué de Testu y de Conard
inacabados inacabados resulta que el hombre
contrariamente a la opinión contraria que el hombre en
Bresse de Tus y Conard que el hombre en fin en una
palabra que el hombre en una palabra en fin a pesar de
los progresos de la alimentación y de eliminación de
residuos está a punto de adelgazar y al mismo tiempo
paralelamente no se sabe por qué a pesar del impulso de
la cultura física de la práctica de los deportes tales tales
tales como el tenis el fútbol las carreras y a pie y en
bicicleta la natación la equitación la aviación la conación
el tenis el remo el patinaje y sobre...
(Estragon y Vladimir se calman y vuelven a escuchar. Pozzo
se agita cada vez más y deja escapar algunos gemidos)
...hielo y sobre asfalto el tenis la aviación los deportes
los deportes de invierno de verano de otoño de otoño el
tenis sobre hierba sobre mesa y sobre cemento la
aviación el tenis el hockey sobre tierra sobre mar y en los
aires la penicilina y sucedáneos en una palabra vuelvo al
mismo tiempo paralelamente a reducir no se sabe por
qué a pesar el tenis vuelvo la aviación el golf tanto a
nueve como a dieciocho hoyos el tenis sobre hielo en una
palabra no se sabe por qué en Seine-Seine-e-Oise-Seineet-Marne-Marne-et-Oise-
a saber al mismo tiempo
paralelamente no se sabe por qué de adelgazar encoger
vuelvo Oise Marne en resumen la pérdida seca por cabeza
desde la muerte de Voltaire siendo del orden de dos
dedos cien gramos por cabeza aproximadamente por
término medio poco más o menos cifras redondas buen
peso desvestido en Normandía no se sabe por qué en una
palabra en fin poco importan los hechos ahí están y
considerando por otra parte lo que todavía es más grave
que que surge lo que todavía es más grave a la luz la luz
de las experiencias en curso de Steinweg y...
(Exclamaciones de Vladimir y Estragon. Pozzo se levante de
un salto, tira de la cuerda. Todos gritan. Lucky tira de la
cuerda, tropieza, aúlla. Todos se lanzan sobre Lucky que se
debate y vocifera su texto)
...Petermann surge lo que todavía es más grave que surge
lo que todavía es más grave a la luz la luz de las
experiencias abandonadas de Steinweg y Petermann que
en el campo en la montaña y a orillas del mar y de
corrientes y de agua y de fuego el aire es el mismo y la
tierra a saber el aire y la tierra por los grandes fríos el
aire y la tierra hechos para las piedras por los grandes
fondos los grandes fríos sobre el mar sobre tierra y en los
aires poco queridos vuelvo no se sabe por qué a pesar del
tenis los hechos están ahí non se sabe por qué vuelvo a lo
siguiente resumiendo en fin ay a lo siguiente para las
piedras quien puede dudarlo vuelvo pero no anticipemos
vuelvo la cabeza al mismo tiempo paralelamente no se
sabe por qué a pesar del tenis a lo siguiente la barba las
llamas los llantos las piedras tan azules tan tranquilas ay
la cabeza la cabeza la cabeza en Normandía a pesar del
tenis los trabajos abandonados inacabados más graves las
piedras resumiendo vuelvo ay ay abandonados inacabados
la cabeza la cabeza en Normandía a pesar del tenis la
cabeza ay las piedras Conard Conard... (Embrollado.
Lucky profiere todavía algunas exclamaciones) ¡Tenis!...
¡Las piedras!... ¡Tan tranquilas!... ¡Conard!...
¡Inacabados!...
POZZO: ¡Su sombrero!
(Vladimir se apodera del sombrero de Lucky, quien calla y
cae. Gran silencio. Jadeo de los vencedores)
ESTRAGON: Estoy vengado.
domingo, 27 de septiembre de 2015
La cantante calva de Eugene Ionesco
Escena 4
La señora y el señor MARTIN se sientan el uno frente al otro, sin hablarse. Se sonríen con timidez.
SR. MARTIN (el diálogo que sigue debe ser dicho con una voz lánguida, monótona, un poco cantante, nada matizada):
– Discúlpeme, señora, pero me parece, si no me engaño, que la he encontrado ya en alguna parte.
SRA. MARTIN:
– A mí también me parece, señor, que lo he encontrado ya en alguna parte.
SR. MARTIN:
– ¿No la habré visto, señora, en Manchester, por casualidad?
SRA. MARTIN:
– Es muy posible. Yo soy originaria de la ciudad de Manchester. Pero no recuerdo muy bien, señor, no podría afirmar si lo he visto allí o no.
SR. MARTIN:
– ¡Dios mío, qué curioso! ¡Yo también soy originario de la ciudad de Manchester!
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso!
SR. MARTIN:
– ¡Muy curioso!... Pero yo, señora, dejé la ciudad de Manchester hace cinco semanas, más o menos.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! ¡Qué extraña coincidencia! Yo también, señor, dejé la ciudad de Manchester hace cinco semanas, más o menos.
SR. MARTIN:
– Tomé el tren de las ocho y media de la mañana, que llega a Londres a las cinco menos cuarto, señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! ¡Qué extraño! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo tomé el mismo tren, señor, yo también!
SR. MARTIN:
¡Dios mío, qué curioso! ¿Entonces, tal vez, señora, la vi en el tren?
SRA. MARTIN:
– Es muy posible, no está excluido, es posible y, después de todo, ¿por qué no?... Pero yo no lo recuerdo, señor.
SR. MARTIN:
– Yo viajaba en segunda clase, señora. No hay segunda clase en Inglaterra, pero a pesar de ello yo viajo en segunda clase.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué extraño, qué curioso, qué coincidencia! ¡Yo también, señor, viajaba en segunda clase!
SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Quizás nos hayamos encontrado en la segunda clase, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– Es muy posible y no queda completamente excluido Pero lo recuerdo muy bien, estimado señor.
SR. MARTIN:
– Yo iba en el coche número 8, sexto compartimiento, señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Yo iba también en el coche número 8, sexto compartimiento, estimado señor.
SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia extraña! Quizá nos hayamos encontrado en el sexto compartimiento, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– Es muy posible, después de todo. Pero no lo recuerdo, estimado señor.
SR. MARTIN:
– En verdad, estimada señora, yo tampoco lo recuerdo, pero es posible que nos hayamos visto allí, y si reflexiono sobre ello, me parece incluso muy posible.
SRA. MARTIN:
– ¡Oh, verdaderamente, verdaderamente, señor!
SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Yo ocupaba el asiento número 3, junto a la ventana, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Oh, Dios mío, qué curioso y extraño! Yo tenía el asiento número 6, junto a la ventana, frente a usted, estimado señor.
SR. MARTIN:
– ¡Oh, Dios mío, qué curioso y qué coincidencia! ¡Estábamos, por lo tanto, frente a frente, estimada señora! ¡Es allí
donde debimos vernos!
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Es posible, pero no lo recuerdo, señor.
SR. MARTIN:
– Para decir la verdad, estimada señora, tampoco yo lo recuerdo. Sin embargo, es muy posible que nos hayamos visto en esa ocasión.
SRA. MARTIN:
– Es cierto, pero no estoy de modo alguno segura de ello, señor.
SR. MARTIN:
– ¿No era usted, estimada señora, la dama que me rogó que colocara su valija en la red y que luego me dio las gracias y me permitió fumar?
SRA. MARTIN:
– ¡Sí, era yo sin duda, señor! ¡Qué curioso, qué curioso, y qué coincidencia!
SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso, qué extraño, y qué coincidencia! Pues bien, entonces, ¿tal vez nos hayamos conocido en ese momento, señora?
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia! Es muy posible, estimado señor. Sin embargo, no creo recordarlo.
SR. MARTIN:
– Yo tampoco, señora.
Un momento de silencio. El reloj toca 2–1.
SR. MARTIN:
– Desde que llegué a Londres vivo en la calle Bromfield, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso, qué extraño! Yo también, desde mi llegada a Londres, vivo en la calle Bromfield, estimado señor.
SR. MARTIN:
– Es curioso, pero entonces, entonces tal vez nos hayamos encontrado en la calle Bromfield, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso, qué extraño! ¡Es muy posible, después de todo! Pero no lo recuerdo, estimado señor.
SR. MARTIN:
– Yo vivo en el número 19, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Yo también vivo en el número 19, estimado señor.
SR. MARTIN:
– Pero entonces, entonces, entonces, entonces quizá nos hayamos visto en esa casa, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– Es muy posible, pero no lo recuerdo, estimado señor.
SR. MARTIN: Mi departamento está en el quinto piso, es el número 8, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso, Dios mío, y qué extraño! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo también vivo en el quinto piso, en el departamento número 8, estimado señor!
SR. MARTIN (pensativo):
– ¡Qué curioso, qué curioso, qué curioso y qué coincidencia! Sepa usted que en mi dormitorio tengo una cama. Mi
cama está cubierta con un edredón verde. Esa habitación, con esa cama y su edredón verde, se halla en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué coincidencia, Dios mío, qué coincidencia! Mi dormitorio tiene también una cama con un edredón verde y se encuentra en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, mi estimado señor.
SR. MARTIN:
– ¡Es extraño, curioso, extraño! Entonces, señora, vivimos en la misma habitación y dormimos en la misma cama, estimada señora. ¡Quizá sea en ella donde nos hemos visto!
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia! Es muy posible que nos hayamos encontrado allí y tal vez anoche. ¡Pero no lo recuerdo, estimado señor!
SR. MARTIN:
– Yo tengo una niña, mi hijita, que vive conmigo, estimada señora. Tiene dos años, es rubia, con un ojo blanco y un ojo rojo, es muy linda y se llama Alicia, mi estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué extraña coincidencia! Yo también tengo una hijita de dos años con un ojo blanco y un ojo rojo, es muy linda y se llama también Alicia, estimado señor.
SR. MARTIN (con la misma voz lánguida y monótona:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia! ¡Y qué extraño! ¡Es quizá la misma, estimada señora!
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Es muy posible, estimado señor.
Un momento de silencio bastante largo. . . El reloj suena veintinueve veces.
SR. MARTIN (después de haber reflexionado largamente, se levanta con lentitud y, sin apresurarse, se dirige hacia la señora MARTIN, quien, sorprendida por el aire solemne del señor MARTIN, se levanta también, muy suavemente; el señor MARTIN habla con la misma voz rara, monótona, vagamente cantante):
– Entonces, estimada señora, creo que ya no cabe duda, nos hemos visto ya y usted es mi propia esposa. . . ¡Isabel, te he vuelto a encontrar!
SRA. MARTIN (se acerca al señor MARTIN sin apresurarse. Se abrazan sin expresión. El reloj suena una vez, muy fuertemente. El sonido del reloj debe ser tan fuerte que sobresalte a los espectadores. Los esposos MARTIN no lo oyen).
SRA. MARTIN:
– ¡Donald, eres tú, darling!
La señora y el señor MARTIN se sientan el uno frente al otro, sin hablarse. Se sonríen con timidez.
SR. MARTIN (el diálogo que sigue debe ser dicho con una voz lánguida, monótona, un poco cantante, nada matizada):
– Discúlpeme, señora, pero me parece, si no me engaño, que la he encontrado ya en alguna parte.
SRA. MARTIN:
– A mí también me parece, señor, que lo he encontrado ya en alguna parte.
SR. MARTIN:
– ¿No la habré visto, señora, en Manchester, por casualidad?
SRA. MARTIN:
– Es muy posible. Yo soy originaria de la ciudad de Manchester. Pero no recuerdo muy bien, señor, no podría afirmar si lo he visto allí o no.
SR. MARTIN:
– ¡Dios mío, qué curioso! ¡Yo también soy originario de la ciudad de Manchester!
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso!
SR. MARTIN:
– ¡Muy curioso!... Pero yo, señora, dejé la ciudad de Manchester hace cinco semanas, más o menos.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! ¡Qué extraña coincidencia! Yo también, señor, dejé la ciudad de Manchester hace cinco semanas, más o menos.
SR. MARTIN:
– Tomé el tren de las ocho y media de la mañana, que llega a Londres a las cinco menos cuarto, señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! ¡Qué extraño! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo tomé el mismo tren, señor, yo también!
SR. MARTIN:
¡Dios mío, qué curioso! ¿Entonces, tal vez, señora, la vi en el tren?
SRA. MARTIN:
– Es muy posible, no está excluido, es posible y, después de todo, ¿por qué no?... Pero yo no lo recuerdo, señor.
SR. MARTIN:
– Yo viajaba en segunda clase, señora. No hay segunda clase en Inglaterra, pero a pesar de ello yo viajo en segunda clase.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué extraño, qué curioso, qué coincidencia! ¡Yo también, señor, viajaba en segunda clase!
SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Quizás nos hayamos encontrado en la segunda clase, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– Es muy posible y no queda completamente excluido Pero lo recuerdo muy bien, estimado señor.
SR. MARTIN:
– Yo iba en el coche número 8, sexto compartimiento, señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Yo iba también en el coche número 8, sexto compartimiento, estimado señor.
SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia extraña! Quizá nos hayamos encontrado en el sexto compartimiento, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– Es muy posible, después de todo. Pero no lo recuerdo, estimado señor.
SR. MARTIN:
– En verdad, estimada señora, yo tampoco lo recuerdo, pero es posible que nos hayamos visto allí, y si reflexiono sobre ello, me parece incluso muy posible.
SRA. MARTIN:
– ¡Oh, verdaderamente, verdaderamente, señor!
SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Yo ocupaba el asiento número 3, junto a la ventana, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Oh, Dios mío, qué curioso y extraño! Yo tenía el asiento número 6, junto a la ventana, frente a usted, estimado señor.
SR. MARTIN:
– ¡Oh, Dios mío, qué curioso y qué coincidencia! ¡Estábamos, por lo tanto, frente a frente, estimada señora! ¡Es allí
donde debimos vernos!
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Es posible, pero no lo recuerdo, señor.
SR. MARTIN:
– Para decir la verdad, estimada señora, tampoco yo lo recuerdo. Sin embargo, es muy posible que nos hayamos visto en esa ocasión.
SRA. MARTIN:
– Es cierto, pero no estoy de modo alguno segura de ello, señor.
SR. MARTIN:
– ¿No era usted, estimada señora, la dama que me rogó que colocara su valija en la red y que luego me dio las gracias y me permitió fumar?
SRA. MARTIN:
– ¡Sí, era yo sin duda, señor! ¡Qué curioso, qué curioso, y qué coincidencia!
SR. MARTIN:
– ¡Qué curioso, qué extraño, y qué coincidencia! Pues bien, entonces, ¿tal vez nos hayamos conocido en ese momento, señora?
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia! Es muy posible, estimado señor. Sin embargo, no creo recordarlo.
SR. MARTIN:
– Yo tampoco, señora.
Un momento de silencio. El reloj toca 2–1.
SR. MARTIN:
– Desde que llegué a Londres vivo en la calle Bromfield, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso, qué extraño! Yo también, desde mi llegada a Londres, vivo en la calle Bromfield, estimado señor.
SR. MARTIN:
– Es curioso, pero entonces, entonces tal vez nos hayamos encontrado en la calle Bromfield, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso, qué extraño! ¡Es muy posible, después de todo! Pero no lo recuerdo, estimado señor.
SR. MARTIN:
– Yo vivo en el número 19, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Yo también vivo en el número 19, estimado señor.
SR. MARTIN:
– Pero entonces, entonces, entonces, entonces quizá nos hayamos visto en esa casa, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– Es muy posible, pero no lo recuerdo, estimado señor.
SR. MARTIN: Mi departamento está en el quinto piso, es el número 8, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso, Dios mío, y qué extraño! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo también vivo en el quinto piso, en el departamento número 8, estimado señor!
SR. MARTIN (pensativo):
– ¡Qué curioso, qué curioso, qué curioso y qué coincidencia! Sepa usted que en mi dormitorio tengo una cama. Mi
cama está cubierta con un edredón verde. Esa habitación, con esa cama y su edredón verde, se halla en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué coincidencia, Dios mío, qué coincidencia! Mi dormitorio tiene también una cama con un edredón verde y se encuentra en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, mi estimado señor.
SR. MARTIN:
– ¡Es extraño, curioso, extraño! Entonces, señora, vivimos en la misma habitación y dormimos en la misma cama, estimada señora. ¡Quizá sea en ella donde nos hemos visto!
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia! Es muy posible que nos hayamos encontrado allí y tal vez anoche. ¡Pero no lo recuerdo, estimado señor!
SR. MARTIN:
– Yo tengo una niña, mi hijita, que vive conmigo, estimada señora. Tiene dos años, es rubia, con un ojo blanco y un ojo rojo, es muy linda y se llama Alicia, mi estimada señora.
SRA. MARTIN:
– ¡Qué extraña coincidencia! Yo también tengo una hijita de dos años con un ojo blanco y un ojo rojo, es muy linda y se llama también Alicia, estimado señor.
SR. MARTIN (con la misma voz lánguida y monótona:
– ¡Qué curioso y qué coincidencia! ¡Y qué extraño! ¡Es quizá la misma, estimada señora!
SRA. MARTIN:
– ¡Qué curioso! Es muy posible, estimado señor.
Un momento de silencio bastante largo. . . El reloj suena veintinueve veces.
SR. MARTIN (después de haber reflexionado largamente, se levanta con lentitud y, sin apresurarse, se dirige hacia la señora MARTIN, quien, sorprendida por el aire solemne del señor MARTIN, se levanta también, muy suavemente; el señor MARTIN habla con la misma voz rara, monótona, vagamente cantante):
– Entonces, estimada señora, creo que ya no cabe duda, nos hemos visto ya y usted es mi propia esposa. . . ¡Isabel, te he vuelto a encontrar!
SRA. MARTIN (se acerca al señor MARTIN sin apresurarse. Se abrazan sin expresión. El reloj suena una vez, muy fuertemente. El sonido del reloj debe ser tan fuerte que sobresalte a los espectadores. Los esposos MARTIN no lo oyen).
SRA. MARTIN:
– ¡Donald, eres tú, darling!
lunes, 21 de septiembre de 2015
Hamlet de William Shakespeare
ESCENA VII
Sale HAMLET por un lado mientras OFELIA permanece,
desapercibida por él, al
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otro extremo del tablado.
HAMLET.– Ser o no ser. Esa es la cuestión. ¿Qué es más
noble? ¿Permanecer impasible
ante los avatares de una fortuna adversa o afrontar los
peligros de un turbulento mar
y, desafiándolos, terminar con todo de una vez? Morir es…
dormir… Nada más. Y
durmiendo se acaban la ansiedad y la angustia y los miles de
padecimientos de que
son herederos nuestros míseros cuerpos. Es una deseable
consumación: Morir…
dormir… dormir… tal vez soñar. Ah, ahí está la dificultad.
Es el miedo a los sueños
que podamos tener al abandonar este breve hospedaje lo que
nos hace titubear, pues
a través de ellos podrían prolongarse indefinidamente las
desdichas de esta vida. Si
pudiésemos estar absolutamente seguros de que un certero
golpe de daga terminaría
con todo, ¿quién soportaría los azotes y desdenes del mundo,
la injusticia de los
opresores, los desprecios del arrogante, el dolor del amor
no correspondido, la
desidia de la justicia, la insolencia de los ministros, y
los palos inmerecidamente
recibidos? ¿Quién arrastraría, gimiendo y sudando, las cargas
de esta vida, si no
fuese por el temor de que haya algo después de la muerte,
ese país inexplorado del
que nadie ha logrado regresar? Es lo que inmoviliza la
voluntad y nos hace concluir
que mejor es el mal que padecemos que el mal que está por
venir. La duda nos
convierte en cobardes y nos desvía de nuestro racional curso
de acción. Pero…
interrumpamos nuestras filosofías, pues veo allí a la bella
Ofelia. Ninfa de las
aguas, perdona mis pecados y ruega por mí en tus plegarias.
OFELIA.– Señor, ¿cómo estáis? Hace muchos días que no sé de
vos.
HAMLET.– Muy bien… Te doy las gracias por preguntar.
OFELIA.– Aquí os traigo algunos regalos vuestros que hace ya
muchos días quería
devolveros. Os pido que los aceptéis.
HAMLET.– ¿Regalos míos? No, yo nunca te regalé nada.
OFELIA.– Señor, vos sabéis muy bien que me los disteis. Y
con tan dulces palabras que
los hizo doblemente valiosos para mí. Pero ahora que su
perfume se ha disipado,
quiero devolvéroslos. Para las almas nobles los regalos
pierden su valor cuando la
persona que los ha dado muestra poca gentileza.
HAMLET.– ¡Ah! ¿tenéis un alma noble?
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OFELIA.– ¿Señor?
HAMLET.– ¿Eres bella?
OFELIA.– ¿Qué queréis decir?
HAMLET.– Que si eres bella y de alma noble, entonces no
deberías permitir que se
hablara de tu belleza.
OFELIA.– ¿Es posible hablar de belleza sin nobleza?
HAMLET.–¡Absolutamente! La belleza fácilmente corrompe un
alma noble, pero un
alma noble difícilmente hará virtuosa a la belleza. Para los
Antiguos eso era una
paradoja, pero en los tiempos que corren es un casi un
axioma. Hubo un tiempo en
que te amaba…
OFELIA.– Así me lo hicisteis creer, señor.
HAMLET.– Pues no deberías haberlo creído. La verdad ya no se
encuentra en los
hombres, aunque finjan decirla. Nunca te amé…
OFELIA.– Entonces me engañé a mí misma.
HAMLET.– ¡Vete a un convento! ¿Es que deseas ser madre y dar
al mundo más
pecadores de los que ya hay? No soy peor que la mayoría de
los hombres, pero
¡ojalá hubiese muerto en el vientre de mi madre! Soy
orgulloso, vengativo,
ambicioso y despreciable. Pero ¿qué quieres que haga cuando
me arrastro como un
gusano entre la tierra y el cielo? Los hombres somos todos
unos miserables. No
pongas tu fe en ninguno de nosotros. ¡Vete a un convento!
¿Dónde está tu padre?
OFELIA.– En su casa, señor.
HAMLET.– Mantenlo encerrado bajo llave; y no le permitas
hacer el tonto más que en su
propia casa. Adiós.
OFELIA.– ¡Dios mío, tened piedad de él!
HAMLET.– Pero si decides casarte, sírvate esta predicción de
regalo de boda: Aunque
seas más fría que el hielo y más blanca que la nieve, no
podrás evitar la calumnia.
¡Vete a un convento, te digo! O cásate con un imbécil,
porque un listo sabe muy
bien que lo convertirás en un monstruo mendaz. ¡Vete a un
convento! ¡Y pronto!
OFELIA.– ¡Oh santos del cielo, devolvedle la salud!
HAMLET.– Y no pienses que me engañas con tus afeites y
acicaladuras. Dios te da un
rostro y tú te pones otro. Meneas las caderas
provocativamente, adoptas voz de niña
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y finges ignorancia cuando sabes latín. ¡Vete a…! Pero no
quiero repetirlo, que me
enfureces más. No se hable más de boda. Los que ya están
casados no tienen
remedio, pero los demás todavía nos podemos salvar. ¡Vete a
un convento! ¡Vete de
una vez!
Se va HAMLET.
La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca
CLOTALDO (Aparte.)
(Enternecido se ha ido el Rey
de haberle escuchado.)
Como habíamos hablado
de aquella águila, dormido,
tu sueño imperios han sido;
mas en sueños fuera bien
entonces honrar a quien
te crió en tantos empeños
Segismundo; que aun en sueños
no se pierde el hacer bien.
(Vase.)
SEGISMUNDO
Es verdad; pues reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive sueña
lo que es hasta despertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte (¡desdicha fuerte!);
¡que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!
Sueña el rico en su riqueza
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende;
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
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