ESCENA VII
Sale HAMLET por un lado mientras OFELIA permanece,
desapercibida por él, al
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otro extremo del tablado.
HAMLET.– Ser o no ser. Esa es la cuestión. ¿Qué es más
noble? ¿Permanecer impasible
ante los avatares de una fortuna adversa o afrontar los
peligros de un turbulento mar
y, desafiándolos, terminar con todo de una vez? Morir es…
dormir… Nada más. Y
durmiendo se acaban la ansiedad y la angustia y los miles de
padecimientos de que
son herederos nuestros míseros cuerpos. Es una deseable
consumación: Morir…
dormir… dormir… tal vez soñar. Ah, ahí está la dificultad.
Es el miedo a los sueños
que podamos tener al abandonar este breve hospedaje lo que
nos hace titubear, pues
a través de ellos podrían prolongarse indefinidamente las
desdichas de esta vida. Si
pudiésemos estar absolutamente seguros de que un certero
golpe de daga terminaría
con todo, ¿quién soportaría los azotes y desdenes del mundo,
la injusticia de los
opresores, los desprecios del arrogante, el dolor del amor
no correspondido, la
desidia de la justicia, la insolencia de los ministros, y
los palos inmerecidamente
recibidos? ¿Quién arrastraría, gimiendo y sudando, las cargas
de esta vida, si no
fuese por el temor de que haya algo después de la muerte,
ese país inexplorado del
que nadie ha logrado regresar? Es lo que inmoviliza la
voluntad y nos hace concluir
que mejor es el mal que padecemos que el mal que está por
venir. La duda nos
convierte en cobardes y nos desvía de nuestro racional curso
de acción. Pero…
interrumpamos nuestras filosofías, pues veo allí a la bella
Ofelia. Ninfa de las
aguas, perdona mis pecados y ruega por mí en tus plegarias.
OFELIA.– Señor, ¿cómo estáis? Hace muchos días que no sé de
vos.
HAMLET.– Muy bien… Te doy las gracias por preguntar.
OFELIA.– Aquí os traigo algunos regalos vuestros que hace ya
muchos días quería
devolveros. Os pido que los aceptéis.
HAMLET.– ¿Regalos míos? No, yo nunca te regalé nada.
OFELIA.– Señor, vos sabéis muy bien que me los disteis. Y
con tan dulces palabras que
los hizo doblemente valiosos para mí. Pero ahora que su
perfume se ha disipado,
quiero devolvéroslos. Para las almas nobles los regalos
pierden su valor cuando la
persona que los ha dado muestra poca gentileza.
HAMLET.– ¡Ah! ¿tenéis un alma noble?
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OFELIA.– ¿Señor?
HAMLET.– ¿Eres bella?
OFELIA.– ¿Qué queréis decir?
HAMLET.– Que si eres bella y de alma noble, entonces no
deberías permitir que se
hablara de tu belleza.
OFELIA.– ¿Es posible hablar de belleza sin nobleza?
HAMLET.–¡Absolutamente! La belleza fácilmente corrompe un
alma noble, pero un
alma noble difícilmente hará virtuosa a la belleza. Para los
Antiguos eso era una
paradoja, pero en los tiempos que corren es un casi un
axioma. Hubo un tiempo en
que te amaba…
OFELIA.– Así me lo hicisteis creer, señor.
HAMLET.– Pues no deberías haberlo creído. La verdad ya no se
encuentra en los
hombres, aunque finjan decirla. Nunca te amé…
OFELIA.– Entonces me engañé a mí misma.
HAMLET.– ¡Vete a un convento! ¿Es que deseas ser madre y dar
al mundo más
pecadores de los que ya hay? No soy peor que la mayoría de
los hombres, pero
¡ojalá hubiese muerto en el vientre de mi madre! Soy
orgulloso, vengativo,
ambicioso y despreciable. Pero ¿qué quieres que haga cuando
me arrastro como un
gusano entre la tierra y el cielo? Los hombres somos todos
unos miserables. No
pongas tu fe en ninguno de nosotros. ¡Vete a un convento!
¿Dónde está tu padre?
OFELIA.– En su casa, señor.
HAMLET.– Mantenlo encerrado bajo llave; y no le permitas
hacer el tonto más que en su
propia casa. Adiós.
OFELIA.– ¡Dios mío, tened piedad de él!
HAMLET.– Pero si decides casarte, sírvate esta predicción de
regalo de boda: Aunque
seas más fría que el hielo y más blanca que la nieve, no
podrás evitar la calumnia.
¡Vete a un convento, te digo! O cásate con un imbécil,
porque un listo sabe muy
bien que lo convertirás en un monstruo mendaz. ¡Vete a un
convento! ¡Y pronto!
OFELIA.– ¡Oh santos del cielo, devolvedle la salud!
HAMLET.– Y no pienses que me engañas con tus afeites y
acicaladuras. Dios te da un
rostro y tú te pones otro. Meneas las caderas
provocativamente, adoptas voz de niña
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y finges ignorancia cuando sabes latín. ¡Vete a…! Pero no
quiero repetirlo, que me
enfureces más. No se hable más de boda. Los que ya están
casados no tienen
remedio, pero los demás todavía nos podemos salvar. ¡Vete a
un convento! ¡Vete de
una vez!
Se va HAMLET.
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